viernes, abril 04, 2008

Actitud

-Te ofrezco un trato, le dije.
Me miró pasmado, como si jamás me escuchara hablar con decisión, las palabras salieron con valor de mi boca. -TE OFREZCO UN TRATO, repetí.
Miré hacia un lado, hacia el otro, a sus pies levemente inclinados hacia adentro, sus zapatillas parchadas y de a apoco fui subiendo por su cuerpo, jeans sucios, ajustados, una camisa country, una pañoleta en el cuello… y luego, luego sus ojos. A excepción de ellos se notaba un
poco duro, humeante y acalorado.

-No puedo Clara, no quiero. Para este entonces ya no sirven tratos ni maniobras.
Vamos, que se hace tarde y debemos continuar con lo nuestro.


A los catorce escribí una vez: “he pensado un par de veces que a los veinte voy a ser una joven solterona”.
No hay nada que sospechar, y me auto-declaro vidente: Tengo veinte y estoy solterona, encajo a la perfección. Y aquí estoy, parada en medio de la calle, soltera, dios sabe con qué cosa dentro de mí que ataca, me ataca.

Él dijo continuar con lo nuestro, ese nuestro no es sino más que de él, de su decisión que traté de cambiar con un leve y empeñoso trato, un ridículo y mariconazo trato.

-Acaso pensabas que diría que si?, no pierdas el tiempo Clara, hemos perdido suficiente tratando de continuar, esto es absurdo.

-Pero no me aburriría de intentarlo una y otra vez, –soné un poco desesperada.

-Mientras mas bobadas dices, me arriesgaría a la posibilidad remota de un sí, pero cómo sería entonces? Mas helados a media tarde…, un paseo peatonal y una llamada a la casa a eso de las 9.30 que diría mas o menos así? : Amor, llegué. Estoy bien, ahora comeré algo, nos vemos mañana y le dejamos el pergenio a tu madre para estar libres por un par de horas.

Alex fue siempre recto, nunca se devolvió por mucho que le doliera algo, jamás se dio media vuelta para esperar a que lo mirara con un cartel explícito de perdón colgando de mi boca, nunca se ensució las manos, y no se arriesgó jamás sin saber que pasaría.
No tiene una bola de cristal colgando de su entrepierna, pero sí que sabe que esperar de la gente, sí que sabe callarme y hacerme llorar sin que el lo note… simplemente porque da un paso a su izquierda, mira a un lado, luego al otro, y camina en dirección opuesta. Moviendo rectamente sus piernas, con un leve tac-tac en sus caderas varoniles, y su pomposo trasero moviéndose al ritmo de su mp3 favorito.
Así es como se ve por detrás, lo tengo fríamente impregnado en mi retina, hace un año que no hago más que ver su espalda, la parte de atrás de su camisa y sus movimientos calculados al escapar.

-Clara, y si lo que dices es verdad? si lo que sucede es verdad? ¿Acaso debería yo estar contigo en todo momento desde que sepamos la verdad, siendo un si o un no?

Respondí sorprendida. –Lo sabremos cuando lleguemos a tu casa, me esperas fuera del baño, sabes que no soportaría verte reaccionar primero que a mi, ni siquiera lo intentaría.

-Viene el metro.

Mariconazo trato, violento trato. Suerte que no dije más, porque nada más tenía para decir.
O sea… no es que no hubiese querido decir algo, pero abrir mi boca es babear cianuro frente a el. Cualquier cosa es peor que la anterior, y para ese 15 de noviembre me habría quedado sola de tan solo haber hablado un par de segundos más.

En su casa, a las 3.30 de la tarde, encerrada en su baño escuchaba la agitante respiración detrás de la puerta. En ese momento hasta orinar era difícil, por más ganas que tenia en ese momento. Era vida o una vida sin el.
Ese sin él contaba con una buena razón, sin el pequeño. Y esa vida junto a él era entre nosotros y el visitante lactante. Temor.

-Clara, ¿lo hiciste?, ¿cuantos minutos van?.

No me dejaba pensar, ni un centímetro entre la desesperación y yo. Me aterraba, aunque si era verdad al fin sabría lo que es tener las pechugas grandes, pero odio mi abdomen, ya me imaginaba con unos kilos de mas. Adiós al cigarro, la cerveza, el maquillaje estrafalario nocturno, los pantalones ajustados, correr por las calles y dormir de guata. Era demasiado. A los veinte nadie soporta eso. Pero tener lo que me atacaba dentro era saber vivir con el, saber vivir en compañía, tener a Alex a mi lado en la mañana, en la tarde, en la noche, sobre mi, a mi lado, despierto y dormido: todo lo que soñé.

-Ya voy, faltan unos minutos. Siéntate en el sillón, ya voy para allá.

Puse mi mejor expresión facial de nada, sellé mis ojos al vacío para no llorar, di dos pasos al frente y me acerque a esa cosa, a esa terrorífica cosa blanca y alargada que decidiría lo que no quería decidir. – Alex!, abre la puerta que no quiero salir de aquí, acércate.

-Olvídalo Clara, el sillón es buen lugar para recibir una noticia, te esperaré sentado.

Y ahí salí yo, como un infante tras una advertencia de su mamá. Dios, como odiaba ser tan tolerante.
Lo miré fijamente, con los ojos redondos cual pescado, con una mano en la espalda y la otra frente a sus ojos, acercándole la verdad, refregándole su pasaje de ida a la libertad, a las fiestas, a las noches pasionales con esa gorda de la esquina con olor a leche cortada en el cuerpo.
Así nada mas, una completa farsa, la peor falsa alarma que a alguien desesperado como yo le podía ocurrir.
Había perdido el futuro.

-Esta bien Clara, seguiremos en contacto, lo prometo.

-Esperaría creerte a no ser por tu expresión de alegría que escondes descaradamente.
Será mejor que me vaya de una vez.

-Eso ha sido lo mejor que has dicho en años. Vete ya.

Ya no me quedaban ganas de menear las caderas en la calle, ni menos de poner ese mp3 que me hacia caminar como dueña del asfalto hirviendo. Era yo, pero desmejorada, con el maquillaje corrido y expresión de teleserie. Me decía hacia mis adentros: Clara, dulce Clara… no mereces menos que esto.
Estaba siendo demasiado dura conmigo misma, pero qué mas se puede esperar de una veinteañera que trató de atar al amor de su vida con un embarazo.


Obvié muchas cosas… entre ellas que el me engañó durante mucho tiempo, y yo creía que me amaba con la vida completa. De no ser por el magnífico sexo que teníamos hace mucho tiempo habríamos dejado de estar juntos. Pero yo, ingenua… me fié a la estúpida posibilidad de embarazarme para seguir junto a el, como legítima madre de su hijo y legitima pareja reconocida por la sociedad. Su familia lo habría obligado a casarse conmigo, y paf! Felicidad instantánea para mí, como el jugo en polvo,
Pero no, hasta esos cálculos me salieron mal.
Ahora la profecía de mis catorce años se había cumplido. Tontos catorce años, cómo pude armar mi propio destino de esa manera, como que si a esa edad hubiera sabido el dolor que se sentiría llegar a los 20 sin un plan para sobrevivir.
Estoy sola, en una ciudad vaporosa, con poca plata en el bolsillo, tres pares de calzones para cambiarme, unos calcetines llenos de hoyos y el pelo sucio.
El glamuor de tiempos pasados se había ido hacía días, desde que deje de comer y arreglarme porque tan solo me preocupaba la estabilidad que podría haber tenido junto a él, a su amor, bueno… a su fingido amor.
Ya no me quedaba brillo labial, solo un poco de sombra en los ojos y el delineador corrido. Una imagen punk rock que no quería soportar en ese momento.

Pensé en ese instante: –“Para mañana seguiré viviendo como antes de ayer, afirmada del aire, mas sola que nunca, sin Alex, sin mi genial idea de embarazarme, bebiendo cerveza en algún bar, fumando como una puta amargada en las esquinas, esperando a alguien, pretendiendo ser fuerte, olvidándome de mi afanado presagio de teenager y descargando el pasado de mi apretado corazón.
Esa es la actitud, me dije. Esa es la actitud Clara.